06 octubre, 2006

Nós

Tengo en una casa un antiguo álbum de Castelao: cuarenta y nueve láminas en folio, cada una con su leyenda. Nós, se llama. Nosotros. Los dibujos son de hace casi un siglo: viñetas de la vida gallega, campesina y marinera, nacidas como consecuencia de las huelgas de la época, las matanzas de labriegos y el caciquismo. Imágenes y textos tan pesimistas y terribles que, en palabras del autor, queman como un rayo de sol a través de una lupa. De vez en cuando le echo un vistazo a ese álbum, por la belleza de sus estampas y por el conmovedor sentido de sus textos.
La lámina número 9 muestra a una pobre aldeana que carga con un ataúd rotulado Ley mientras dice: ¡Canto pesa e como fede! («Cuánto pesa, y cómo apesta»). En la número 16, un niño pobre dice a otro: O que sinto eu que algún que maltratou a miña mai morra denantes de que eu chegue a home («Lo que siento es que alguno que maltrató a mi madre muera antes de que yo llegue a hombre»). Y en la 37, un campesino comenta, hablando de sus rapaces: Ténoche un tan listo que ten quince anos e xa non cre en Deus («Tengo uno tan listo que tiene quince años y ya no cree en Dios»). Hay otras láminas irónicas y terribles, incluida una que me remueve por dentro cada vez que la miro: Eu non quería morrer alá. ¿Sabe, miña mai? En ella, ante una pobre mujer resignada, bajo un crucifijo y una mesa con medicinas, un demacrado emigrante agonizaba diciendo «Yo no quería morirme allá. ¿Sabe, madre mía?».
Gallegos. Ahora, con la historia del Prestige, he vuelto a sentarme a pasar las páginas de Nós. Ya no es, por supuesto, aquella Galicia donde el pobre anciano daba a su hijo para Cuba y su nieto para Melilla, luego perdía la mísera choza por no poder pagar los impuestos. Sin embargo, quedan ecos. Aunque ese ángulo de España es moderno y mira al futuro, aún conserva desdichados aires de lo que, habiendo cambiado, nunca llegó a cambiar del todo: el lastre del caciquismo, la injusticia y el olvido.
Pensé mucho en eso estos días, viendo a los gallegos en la tele, oyéndolos hablar en la radio con la amarga y sabia gravedad de quien lo tiene todo muy claro. Conscientes, desde los tiempos de Castelao y desde mucho antes, de que as sardiñas volverían se os Gobernos quixesen; pero los Gobiernos, o no quieren, o hasta ahora no les importaron las sardinas un carajo. Por eso, cuando el enemigo asomó frente a la Costa de la Muerte en forma de mancha de fuel, los gallegos, en vez de mirar a Madrid y llorar cruzados de brazos esperando soluciones o milagros, salieron a pelear, estoicos, que no resignados -sólo algunos políticos idiotas confunden una cosa y otra-, sabiendo desde el principio que iban a hacerlo, como siempre, solos. Con silencios, dignidad y coraje. A reñirle a la vida ese duro combate en el que son expertos desde hace siglos, dejándose la piel en las playas y en el mar. Luego vino la solidaridad de otros lugares y gentes de España; y al cabo, la lenta y torpe reacción oficial. Pero eso fue después. Al principio, cuando se lanzaron a la lucha, los gallegos ni pedían, ni esperaban. Sólo contaban con sus pobres medios. Y con sus cojones.
Es la lección admirable de esta tragedia: la extrema dignidad gallega incluso en el caos del principio, cuando la incompetencia oficial y la desesperanza. No queremos limosnas, sino ayuda, repetían. Que las marquesas del rastrillo se metan los juguetes de Reyes por donde les quepan, y que quede claro que la pasta recaudada por éstos o aquéllos es para pagarse sus banderitas, y no cosa nuestra. Aquí no hace falta caridad, porque tenemos manos y cabeza. Lo que necesitamos son medios técnicos y vergüenza por parte de la Xunta, del Gobierno y de la puta que los parió. Y oyéndolos, viéndolos organizarse y actuar con sus barcos y los artilugios fruto de su ingenio, y encima irse a Francia a explicar a los gabachos que la marea negra no había que esperarla en la costa, sino ir a su encuentro con decisión y combatirla en alta mar, me estremecí de admiración y orgullo confirmando en sus palabras, en sus rostros curtidos y duros, en la firmeza de las mujeres que chapoteaban entre el fango de las playas, que habrían peleado igual aunque hubiesen estado solos, porque lo estuvieron siempre, y tiene costumbre. Así que, a partir de ahora, más vale que los Gobiernos se espabilen con las sardinas. Las cosas han cambiado desde aquel En Galiza non se pide nada. Emígrase, de Castelao. Mucho ojo. La nueva leyenda se la han ganado a pulso dando ejemplo a toda España, y es otra: «En Galicia no se pide nada. Se Lucha».

Pérez-Reverte, 2003

1 comentarios:

இலை Bohemia இலை dijo...

Se puede decir más alto pero no más claro, justicia y derechos y no compasión. Me ha gustado mucho leerte, me encanta Galicia, en mi interior siempre me he sentido un poquito de allí. Abrazos